Buenos Aires, 12 de mayo- El 30 de abril de 1977, un grupo de madres se reunió por primera vez en la Plaza de Mayo. Por la ansiedad y los nervios, llego dos horas antes al encuentro.
Quedaron en encontrarse un sábado caluroso a las cuatro de la tarde en la plaza. Ella llego dos horas antes de lo acordado. La impaciencia aceleraba los latidos de su aguerrido corazón. Eran las 2 de la tarde, el silencio era el único que hablaba, la plaza se encontraba triste y decepcionada, con la fiel presencia de las palomas que acompañaban a Doña Pepa. Ella sentía el pesado aire que entorpecía sus pasos. A Pepa le dolía caminar sobre esa tierra amarga de recuerdos. Sus lágrimas de dolor, escarchaban el pasto y el viento le susurraba cosas al oído. Eran las voces de los olvidados…de esos que las madres resucitarían.
Doña Pepa, como la llaman todos, cumplirá 87 años el 6 de julio. Hija de inmigrantes gallegos, cuarta de seis hermanos y casada con Juan Carlos Noia, ya fallecido, vive en Castelar. Los años que no pasan para ella, le dejaron una misión. La vida golpeadora marcó sus cicatrices pero eso no lo reflejan sus ojos maternos, cuando habla de Lourdes.
Su hija desaparecida, Maria Lourdes Noia, psicóloga y docente en la Universidad de Morón, desapareció el 13 de octubre de 1976. Para Pepa, era la dulce y la más tranquila de sus hijos. De un entrañable encanto, Lourdes conseguía todo lo que se proponía. Anhelaba una mejor vida para ella y los suyos. Y fueron las llamas de su deseo quienes la arriesgaron a lo más peligroso de la época. Pepa la recuerda como la leona que con garras y dientes defendía plenamente sus ideales. Y como la fiel compañera, capaz de mantener a salvo a sus compañeros brindándoles toda su protección y cariño. Fue su vida ambiciosa y su alma saltarina las que le jugaron una mala pasada.
Cuando fue llevada a la ESMA tenia 30 años, estaba casada con Enrique Mezzadra y tenia un hijo de 18 meses, Pablo. Para Lourdes, era la luz de sus ojos.
Maria Lourdes tenía afinidad ideológica con Montoneros, igual que Enrique, su esposo. Vivian en el barrio de Constitución, en la calle Pavón.
Esta mujer, no pierde las esperanzas que es el alimento de su vida, los jueves hacen presencia en la plaza para seguir buscando a la señora de ojos vendados, espada y balanza. Con el objeto de reconocerse, comenzaron a usar un pañuelo blanco en la cabeza que se convirtió en su símbolo. Representa el estado más inocente de la vida de sus hijos.
Cuando comenzaron a reunirse eran un grupo pequeño de Madres que creció hasta ser 300 a 400 Madres y de a poco fueron incorporándose los padres, hermanos, esposas, hijos y nietos de los desaparecidos; y también se formaron grupos de Madres en el interior del país.
Desde aquellos años y por siempre serán madres del dolor.
El sentimiento de haberles arrancado lo más precioso que poseían, será su motor de lucha contra la incertidumbre y la indignación. Estas madres están marcadas con el sello de la memoria, ahora y siempre.
Quedaron en encontrarse un sábado caluroso a las cuatro de la tarde en la plaza. Ella llego dos horas antes de lo acordado. La impaciencia aceleraba los latidos de su aguerrido corazón. Eran las 2 de la tarde, el silencio era el único que hablaba, la plaza se encontraba triste y decepcionada, con la fiel presencia de las palomas que acompañaban a Doña Pepa. Ella sentía el pesado aire que entorpecía sus pasos. A Pepa le dolía caminar sobre esa tierra amarga de recuerdos. Sus lágrimas de dolor, escarchaban el pasto y el viento le susurraba cosas al oído. Eran las voces de los olvidados…de esos que las madres resucitarían.
Doña Pepa, como la llaman todos, cumplirá 87 años el 6 de julio. Hija de inmigrantes gallegos, cuarta de seis hermanos y casada con Juan Carlos Noia, ya fallecido, vive en Castelar. Los años que no pasan para ella, le dejaron una misión. La vida golpeadora marcó sus cicatrices pero eso no lo reflejan sus ojos maternos, cuando habla de Lourdes.
Su hija desaparecida, Maria Lourdes Noia, psicóloga y docente en la Universidad de Morón, desapareció el 13 de octubre de 1976. Para Pepa, era la dulce y la más tranquila de sus hijos. De un entrañable encanto, Lourdes conseguía todo lo que se proponía. Anhelaba una mejor vida para ella y los suyos. Y fueron las llamas de su deseo quienes la arriesgaron a lo más peligroso de la época. Pepa la recuerda como la leona que con garras y dientes defendía plenamente sus ideales. Y como la fiel compañera, capaz de mantener a salvo a sus compañeros brindándoles toda su protección y cariño. Fue su vida ambiciosa y su alma saltarina las que le jugaron una mala pasada.
Cuando fue llevada a la ESMA tenia 30 años, estaba casada con Enrique Mezzadra y tenia un hijo de 18 meses, Pablo. Para Lourdes, era la luz de sus ojos.
Maria Lourdes tenía afinidad ideológica con Montoneros, igual que Enrique, su esposo. Vivian en el barrio de Constitución, en la calle Pavón.
Esta mujer, no pierde las esperanzas que es el alimento de su vida, los jueves hacen presencia en la plaza para seguir buscando a la señora de ojos vendados, espada y balanza. Con el objeto de reconocerse, comenzaron a usar un pañuelo blanco en la cabeza que se convirtió en su símbolo. Representa el estado más inocente de la vida de sus hijos.
Cuando comenzaron a reunirse eran un grupo pequeño de Madres que creció hasta ser 300 a 400 Madres y de a poco fueron incorporándose los padres, hermanos, esposas, hijos y nietos de los desaparecidos; y también se formaron grupos de Madres en el interior del país.
Desde aquellos años y por siempre serán madres del dolor.
El sentimiento de haberles arrancado lo más precioso que poseían, será su motor de lucha contra la incertidumbre y la indignación. Estas madres están marcadas con el sello de la memoria, ahora y siempre.